Juan Martel
Una vez finalizada la Primera Guerra Mundial, el aventurero francés Juan Martel llega a Chile, integrándose con bastante prontitud a las actividades extraprogramáticas de los estudiantes de Medicina de la U. de Chile, en la década de los años 20.
En el barrio Independencia encontró refugio y amigos, consolidándose como el organizador oficial de las "parrandas" universitarias. Sin embargo, y tal como lo relata el doctor Raúl Etcheverry en el libro Huella y Presencia, con el paso del tiempo los alumnos le perdieron el rastro hasta que un día lo encontraron descansando para siempre en una mesa del pabellón de Anatomía.
Como no tenía familiares y su destino final sería la fosa común, los médicos decidieron embalsamar el cadáver colocándole una copa en la mano. Con una roldana que accionaba su brazo, los amigos de Martel siguieron integrándolo a sus eventos sociales, haciendo que brindara junto con ellos. Sin embargo, la cofradía fue desapareciendo y cuando el último de sus miembros falleció, su viuda decidió deshacerse de Martel, quien estaba alojado en una bodega de su fundo. Tal es el relato que se desprende de la novela Rosario 907 que el Dr. Alejandro Vásquez, último médico guardián de esta momia nos deleitara, y que fue publicada recientemente por su familia.
La viuda de Dr. Vásquez llamó entonces al Museo de Historia Natural y ofreció la momia a su director, Humberto Fuenzalida, quien aceptó gustoso el regalo creyendo que se trataba de una pieza preincaica.